sábado, 23 de agosto de 2025

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(Vídeo) Federico García Lorca: El poeta que el fascismo quiso callar y la historia convirtió en un símbolo

 

¿Qué papel jugó la cultura en la lucha de clases durante la Segunda República?


Federico García Lorca fue mucho más que un poeta: fue un revolucionario cultural cuya obra encarnó el espíritu más libre y combativo de la Segunda República. Su asesinato, el 18 de agosto de 1936, no fue un crimen pasional ni accidental, sino un acto deliberado de represión política. Hoy, su memoria resiste, incomoda y nos recuerda que donde hay arte comprometido, hay peligro para el poder.

 Por Cristóbal García Vera

El 18 de agosto de 1936 Federico García Lorca era asesinado en Granada por fuerzas franquistas. A casi noventa años de aquel crimen, su figura sigue presente en la memoria colectiva como un símbolo de libertad, cultura y resistenciaLorca no fue una víctima accidental del golpe militar, sino un objetivo político. Su pluma, su teatro, su voz y su vida encarnaban exactamente lo que el fascismo quería destruir. Es por ello que recordarlo hoy no es solo un acto de justicia histórica, sino también una lección viva sobre el poder transformador de la cultura y la necesidad de defenderla.

Una República en disputa: reformas, esperanzas y límites de clase

La Segunda República Española, nacida el 14 de abril de 1931, supuso una ruptura histórica con la monarquía. Su llegada trajo consigo reformas importantes: voto femenino, educación pública, laica y gratuita, un intento de reforma agraria, estatutos de autonomía, derechos laborales, entre otros. La República apostaba por modernizar España, democratizar la vida social y debilitar el poder de las viejas estructuras: la Iglesia, el Ejército, los terratenientes.

Sin embargo, la II República no implicó ninguna revolución, sino una transformación limitada. Era una república burguesa que pretendía regular las tensiones de clase sin romper con el sistema capitalista. Intentó contener las contradicciones de una sociedad explotadora con reformas parciales. El temor a un avance radical de las clases populares llevó al propio gobierno republicano a frenar las reformas más profundas para no desatar la resistencia de los poderosos. Una pretensión que no impidió la reacción de las clases dominantes de la sociedad española que, finalmente, se tradujo en golpe militar de julio de 1936.

Lorca y la cultura como trinchera popular

En ese contexto, Federico García Lorca se convirtió en mucho más que un poeta. Fue un intelectual comprometido con su tiempo, un artista que no solo observaba, sino que intervenía. Su obra no fue jamás una torre de marfil; fue una trinchera.

Con La Barraca, la compañía de teatro universitario que fundó y dirigió, llevó el teatro clásico a los pueblos más pobres, haciendo de la cultura un derecho y no un privilegio. Creía que todos los seres humnos tenían derecho no solo a comer, sino también a saber. Su trabajo con las Misiones Pedagógicas fue parte de una estrategia republicana para liberar al pueblo de la ignorancia, tarea profundamente revolucionaria.

El teatro para Lorca era un arma educativa y emancipadora. No era solo estética: era política. Quería que el pueblo se viera a sí mismo en el escenario, que pensara, que soñara, que se reconociera como sujeto de derechos y de historia.

Por eso su trabajo fue atacado y señalado como comunista y director de una «banda de estudiantes» que agitaba las conciencias rurales. La cultura popular, cuando se vuelve crítica, siempre incomoda a los poderosos.

Crítica al capitalismo, solidaridad con los oprimidos

Lorca no necesitó escribir panfletos para expresar su pensamiento político. Su obra está atravesada por una profunda crítica al sistema capitalista, a la represión de clase, al racismo y a la violencia estatal.

Poeta en Nueva York, escrita durante su estancia en Estados Unidos, es un grito desgarrador contra el capitalismo moderno.  En ella retrata a Nueva York como un lugar de «alambre y muerte», donde el hombre es esclavo de la máquinaLorca denuncia sin rodeos un «sistema económico cruel que habrá que degollar». Su defensa de los afroamericanos y su crítica al racismo institucional lo sitúan también como un aliado de los pueblos oprimidos.

En Romancero Gitano, el gitano es símbolo de libertad reprimida por la Guardia Civil, una institución que Lorca retrata como brutal y deshumanizadora. El gitano, como el negro en Harlem, como el pobre en la España rural, es víctima de un orden que margina, encierra y destruye.

Y en La Casa de Bernarda AlbaLorca retrata el autoritarismo doméstico como una metáfora de la represión nacional. Bernarda, la madre tiránica, representa la España conservadora, clasista y patriarcal. «Los pobres son como animales», dice. Y esa frase resume el desprecio de la clase dominante por quienes no poseen nada.

La obra de Lorca no es solo poesía, sino un agudo y crítico análisis social. Identifica a los sujetos oprimidos, denuncia las estructuras que los aplastan y pone en escena la necesidad de rebelarse.

Compromiso político y antifascismo

Aunque Lorca decía «no ser político sino revolucionario», sus acciones hablaban con claridad. Admiraba la Revolución Rusa, firmó manifiestos del Frente Popular, saludó a los trabajadores el Primero de Mayo, defendió a poetas perseguidos por el nazismo. Se autodefinía como «del partido de los pobres».

Su compromiso no era partidista, pero sí profundamente ideológico. Comprendía que su arte tenía una misión social. Sabía que, en medio de la tormenta, la neutralidad era complicidad. Apoyó a la República, no porque fuera perfecta, sino porque representaba una posibilidad de avance frente a la barbarie reaccionaria que se avecinaba. Su claridad lo convirtió en un objetivo.

El crimen político

El asesinato de Federico García Lorca no fue un acto provocado por rencillas personales tal y como, ayer y hoy, pretenden hacer creer los interesados en borrar la verdadera significación del poeta. Fue una ejecución política planificada y simbólica.

Fue arrestado en la casa de su amigo Luis Rosales, pese a que su familia tenía vínculos falangistas. Su asesinato fue llevado a cabo por hombres vinculados a la CEDA y a la Guardia Civil. Fue ejecutado junto a un maestro republicano y dos militantes anarquistas. Fue un fusilamiento que pretendía ser «ejemplar»: matar a la inteligencia, al arte, a la disidencia.

Lo acusaron de comunista y de homosexual. El fascismo necesitaba un enemigo total. Y en Lorca, como en tantos otros, encontró la combinación perfecta de todo lo que odiaba: cultura, libertad sexual, ideas progresistas, solidaridad con los oprimidos, belleza libre.

El asesinato de Lorca forma parte del terror contrarrevolucionario. Fue una advertencia, una purga, una táctica. Al eliminar a los intelectuales comprometidos, al sembrar el miedo, el fascismo buscaba restaurar el orden social de los terratenientes, los obispos y los militares. Quería borrar la memoria de que otro país era posible.

El legado: un cuerpo ausente, una voz que no cesa

El cuerpo de Lorca nunca fue encontrado. Se encuentra aún en una fosa común de Granada, junto a otros asesinados por el franquismo. Pero su ausencia física es también una presencia viva. Su poesía, su teatro, sus palabras, siguen ahí, incandescentes, denunciando el crimen y exigiendo justicia.

Hoy, Lorca no solo pertenece a la literatura. Pertenece a la historia de las luchas populares, a los movimientos por la memoria, a quienes creen que la cultura es un campo de batalla. Su vida fue ejemplo de compromiso y su muerte, testimonio del precio que puede pagarse por desafiar al poder.

Recordarlo el 18 de agosto, como el resto del año, no es solo un acto de memoria. Es un acto político. Porque las fuerzas e ideas que lo mataron aún no han desaparecido y todavía deben ser combatidas. Y porque la libertad por la que luchó Lorca —la del conocimiento, la del amor, la del arte— sigue siendo una conquista pendiente para millones de personas.

La voz de Lorca fue silenciada con balas. Pero su eco se multiplicó. Y mientras se represente su teatro, se lea su poesía y se hable de su muerte como lo que fue —un crimen de clase, de odio y de poder—, su asesinato será inútil.

 

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