miércoles, 10 de diciembre de 2025

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El “Internet muerto”: cuando las máquinas ocupan el lugar de las personas

 

Según expresa Paula García en un artículo publicado en La Vanguardia*, Internet ha dejado de ser el espacio humano y creativo que conocimos. La periodista describe cómo las redes y las plataformas digitales están cada vez más dominadas por bots, algoritmos y contenidos generados por inteligencia artificial. Lo que comenzó como una teoría conspirativa —la llamada “Teoría del Internet Muerto”— hoy se perfila como una realidad inquietante.

Los datos son elocuentes: según el Informe Bad Bot de la empresa Imperva, más del 51% de los usuarios en la red son bots, y el Instituto de Estudios Futuros de Copenhague estima que para 2030 el 99% del contenido de Internet podría estar generado por IA. Sitios de noticias, publicaciones en redes sociales, reseñas de productos o comentarios en foros… gran parte de lo que consumimos ya no proviene de personas reales.

Se informa, además, sobre el trabajo de NewsGuard, que ha detectado más de 1.200 páginas web creadas íntegramente por inteligencia artificial, muchas de ellas con información falsa, titulares sensacionalistas o noticias inventadas. En este contexto, el límite entre lo humano y lo automatizado se difumina: las máquinas escriben, comentan, recomiendan, discuten entre sí, y cada vez resulta más difícil distinguir la autenticidad del simulacro.

La autora lo ilustra con una escena tan absurda como cotidiana: un profesor pide a ChatGPT una tarea para su alumnado; los estudiantes la resuelven con la misma herramienta, y el profesor, a su vez, las corrige con IA. Máquinas hablando con máquinas. ¿Dónde queda el aprendizaje, la creatividad, la mirada humana?


Entendemos que todo esto constituye un síntoma del malestar contemporáneo. Más allá de lo tecnológico, este fenómeno revela algo más profundo: el vaciamiento de lo humano en los espacios comunes. Internet nació como una red de intercambio, de encuentro y creación colectiva. Hoy, en cambio, está poblado por contenido sin alma, diseñado para atraer clics y mantenernos enganchados. No se trata solo de desinformación o manipulación, sino de una forma sutil de alienación: perdemos el contacto con otras personas reales y con nuestra propia capacidad de pensar, debatir y crear.

En psicología social, sabemos que los vínculos —también los digitales— dan sentido, identidad y pertenencia. Si esos vínculos se sustituyen por interacciones automatizadas, la soledad y la desconfianza aumentan. Nos sentimos acompañados, pero no conectados. Participamos, pero sin interlocutores verdaderos. El “internet muerto” no solo es una metáfora tecnológica: es también una expresión del malestar contemporáneo, de un mundo que reproduce su lógica productivista incluso en el terreno simbólico.

Nos balanceamos entre la ilusión de comunidad y el negocio de la atención. La proliferación del llamado AI slop —contenido de baja calidad generado por inteligencia artificial— es otro síntoma del mismo problema. Miles de publicaciones creadas para obtener clics, “me gusta” y reacciones, sin ningún propósito más allá de alimentar el circuito de la atención. Incluso los grandes actores tecnológicos reconocen el deterioro: Google ha admitido el aumento de contenido no fiable en sus búsquedas, y Sam Altman, fundador de OpenAI, se ha mostrado preocupado por el rumbo que toma la web.

Sin embargo, las plataformas continúan beneficiándose de este modelo. El negocio no está en la verdad, ni en la calidad, sino en la cantidad de interacciones. Y si las máquinas son más eficientes en generarlas, poco importa que haya personas reales detrás. El resultado es una red saturada de ruido, donde la voz humana se vuelve casi inaudible.

Frente a esto, deseo (fantaseo) con recuperar la presencia y lo humano. Como periodista, pero también como psicóloga, no puedo evitar leer este fenómeno también desde el prisma del cuidado. Si la red se llena de contenido sin cuerpo ni mirada, corremos el riesgo de que nuestras propias relaciones adopten esa misma lógica: rápidas, automáticas, sin implicación. Frente a eso, reivindicar lo humano se vuelve un acto político y ético.

Necesitamos volver a valorar la palabra viva, el diálogo genuino, la escucha y la pausa. Recuperar espacios —virtuales o presenciales— donde la conversación no esté mediada por algoritmos, sino por la empatía. Internet puede seguir siendo un lugar de encuentro si elegimos habitarlo con conciencia: seleccionando fuentes, priorizando el pensamiento crítico y recordando que detrás de cada pantalla hay (o debería haber) una persona.

El artículo de La Vanguardia concluye con un dato que invita a la reflexión: más del 64% de las páginas web creadas antes de 2021 ya han desaparecido. No solo estamos perdiendo información, sino también memoria colectiva. Quizás, entonces, defender un Internet vivo significa defender nuestra propia humanidad.

 

* Bienvenidos al internet muerto: Por primera vez en la historia hay más robots que personas en la red, y la tendencia va a crecer hasta el infinito

Imagen de portada: Flickr | Detalles de la licencia

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