La política exterior de la nueva Administración Trump
Eduardo García
La nueva administración Trump, surgida de su victoria en las elecciones presidenciales de noviembre de 2024, trastoca la proyección global de Estados Unidos. A pesar de que no es esperable un giro de 180 grados en la política exterior de Trump respecto a la de Joe Biden, su predecesor demócrata, sí pretende agudizar una serie de tendencias y, en consecuencia, aspira a redibujar el enfoque imperial de Washington. Regiones clave como Asia-Pacífico –especialmente China–, Europa o América Latina apuntan a verse profundamente afectadas.
China, foco de la administración Trump
Por supuesto, el foco central de la política exterior de Trump seguirá siendo China, específicamente el Pivot to Asia. La “Doctrina Trump” tendrá particularidades, sin duda, pero no aspira a cuestionar el carácter de urgencia de la estrategia contra Pekín. Por el contrario, la presencia de las narrativas antichinas en la campaña electoral republicana, así como los nombramientos del presidente electo en las semanas posteriores a su victoria en los comicios, dan buena cuenta de la preeminencia que se le dará a Asia-Pacífico en la nueva administración Trump.
El esquema norteamericano en la región parte de una premisa: que China, de la mano del proyecto autonomista y de desarrollo autocentrado del Partido Comunista, pretende consolidarse como el gran actor contrahegemónico al liderazgo estadounidense. El dominio colectivizado que Estados Unidos ha impulsado desde el final de la Segunda Guerra Mundial es incompatible con el diseño de una arquitectura internacional multipolar que parece promover Pekín desde hace años. Estados Unidos busca el colapso del sistema chino o, en su defecto, su asimilación en el bloque liderado por Washington.
En este sentido, la segunda administración Trump será uno en el que se exacerbará la guerra comercial y la toma de posiciones estratégicas en Asia-Pacífico, dos dinámicas que han sido una constante –si bien en distintos grados– desde las presidencias de Barack Obama. Aunque el retorno a un escenario unipolar se torna complicado, la política exterior de Trump defiende que, si se logra cercar militarmente a China y se promulga una estrategia de acoso y derribo económico que sea seguida por los aliados de Estados Unidos, se podría limitar el fortalecimiento de su proyecto nacional contrahegemónico.
Para el primero de los elementos, Washington cuenta con una red de alianzas de peso, en algunos casos bilaterales ⎻con Japón, Filipinas, Australia, Corea del Sur y otros⎻ y, en otros casos, multilaterales, tales como el AUKUS –Australia, Reino Unido y Estados Unidos–, los Quad –Australia, India, Japón y Estados Unidos– o la “tríada” con Japón y Corea del Sur, aunque esta última es más reciente y frágil, pues no constituye un consenso de Estado en Seúl.
A pesar de la respuesta china, que aumenta década a década su inversión militar y sigue tejiendo una densa red de espacios multilaterales –como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) o la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI)– y asociaciones bilaterales en todo el mundo, Estados Unidos ha logrado conservar una notable presencia militar en Asia-Pacífico.
Taiwán es el elemento central de la disputa estratégica entre ambas potencias en la región y, sin duda, es más relevante como potencial escenario de confrontación que como sujeto en sí mismo. Pese a ello, es innegable el peso simbólico de la cercanía entre los gobiernos del Partido Progresista Democrático (PDP) en la isla ⎻de 2016 a 2024, con Tsai Ing-wen como presidenta; desde 2024, con Lai Ching-te⎻ con Estados Unidos, así como el malestar que genera entre las élites del Estado chino.
China y el conflicto con Estados Unidos
En cualquier caso, China ha logrado también mejorar su mano frente a un eventual conflicto con Estados Unidos. Mediante una sostenida estrategia de penetración comercial y económica, Pekín ha logrado tornarse imprescindible para las economías de buena parte de los aliados de Washington y de algunas de sus regiones de potencial interés. Sin abandonar Asia-Pacífico, es paradigmático el ejemplo, nuevamente, de Corea del Sur.
Pese a ser uno de los aliados orgánicos más firmes que Washington tiene en todo el mundo y, segun Tricontinental, el tercer territorio con mayor número de bases militares estadounidenses ⎻solo por detrás de Alemania y Japón⎻, frente a una eventual guerra en suelo taiwanés o en el mar de China Meridional, Pekín podría intentar limitar la participación del Estado surcoreano. Lo haría usando una palanca que ha logrado establecer con numerosos actores en la región, pero también en Europa o América Latina: ser el principal socio comercial del país.
La creciente competitividad de las industrias chinas en el mundo impulsa narrativas proteccionistas como la de figuras destacadas de la nueva administración Trump y, a su vez, obliga a las grandes empresas –por ejemplo, las tecnológicas– norteamericanas a cambiar su perspectiva. Antaño defensoras de un mayor grado de aperturismo económico, hoy los conglomerados de Silicon Valley ven en el proteccionismo trumpista una ventana de oportunidad para defender sus intereses empresariales. Y, a su vez, la política exterior de Trump perfila una lógica comercial agresiva como herramienta para desgastar al gigante asiático.
Sea como fuere, la decisión del líder republicano de intensificar la batalla arancelaria contra China no da luz a una nueva doctrina exterior en Estados Unidos; el Pivot to Asia fue inaugurado por Obama en su primer mandato. Lo que hará la administración Trump es acelerar estas lógicas, más de lo que lo hubiera hecho la demócrata Kamala Harris. La propuesta del tándem Trump-Vance de imponer un 60% sobre todos los productos chinos, así como el nombramiento de “halcones” anti-China para los puestos clave de su política exterior, evidencia esta inclinación “aceleracionista”.
Política exterior de Trump en América y Europa
Pero, además de la presión contra China, la política exterior de Trump alberga otro objetivo de largo recorrido que sí apunta a redibujar algunos elementos fundacionales del esquema de alianzas surgido tras la Segunda Guerra Mundial y reforzado tras la disolución del bloque soviético. Este objetivo consiste en el sometimiento de los aliados europeos y en la recuperación de un mayor control del “patio trasero” –como a menudo se le define– latinoamericano.
En cuanto al primero de los asuntos, la guerra de Ucrania ya ha jugado un papel reseñable. El significativo desacople europeo de la energía rusa ha provocado un aumento considerable de las importaciones y uso de gas natural licuado estadounidense.
El declarado objetivo de la soberanía energética europea verde ha dejado paso a un forzoso final del suministro ruso al Viejo Continente que, sin embargo, no ha hecho sino consolidar una dependencia de los europeos respecto a Washington. Al igual que China podría utilizar su peso comercial en algunas economías nacionales como herramienta negociadora, Estados Unidos podría emplear la creciente necesidad energética de Europa como un activo estratégico.
Por otro lado, la incipiente crisis con las autoridades de Dinamarca por la cuestión de Groenlandia desnuda otra de las líneas maestras de la política exterior de Trump: elevar el control directo de puntos decisivos que, hasta ahora, había delegado a sus aliados. Si bien el líder republicano parece confiar en Israel para la dominación de Oriente Medio y la defensa allí de los intereses occidentales, no parece tener la misma confianza con los europeos, a quienes además exige un mayor gasto militar que habrían de aplicar desde el día 1 de la nueva administración Trump.
Es quizá más representativo el nuevo giro hacia América Latina, una región que la proyección imperial estadounidense había dejado en cierta medida de lado tras el éxito político que supuso el neoliberalismo de la década de los noventa, que pretendía afianzar la subordinación de los Estados latinoamericanos al eje occidental. Aunque los gobiernos de izquierda en el siglo XXI pusieron en cuestión algunos de los consensos del orden liberal proestadounidense en la región, Washington sostuvo un abordaje en cierta medida lejano respecto a los asuntos latinoamericanos que China supo aprovechar.
La presencia comercial de Pekín en América Latina precoupa a las autoridades trumpistas, que parecen haber identificado en esta región uno de los puntos decisivos de su política exterior. Aunque el peso del electorado latino en la victoria del republicano en 2024 puede haber sido un factor en este enfoque, ciertamente la crisis venezolana o la primacía de México en la narrativa de campaña del trumpismo ya advertían un relativo retorno a las lógicas del America for the Americans.
Aquí, la apuesta estratégica de la nueva administración Trump podría pasar por la creación de una suerte de “grieta” entre “buenos” y “malos” gobiernos. Las presidencias demócratas de Obama y Biden habían sostenido mejores relaciones con algunos gobiernos de la región, por supuesto, sobre todo con aquellos de corte liberal-conservador. No obstante, esto no condujo a un enfoque plenamente agresivo con actores hostiles como el venezolano o el nicaragüense, ni mucho menos con respecto a administraciones como la de Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Kirchner en Argentina o Lula da Silva en Brasil.
Esto podría cambiar con Trump. La elección de Marco Rubio, un senador de origen cubano y profundamente antisocialista, como secretario de Estado, evidencia la perspectiva del republicano. Rubio es favorable a una estrategia de “asfixia” contra los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. A su vez, Elon Musk y el propio Donald Trump se han mostrado favorables a una ideologización de América Latina, en el sentido de “campo de disputa”. El notable apoyo público que han mostrado a Javier Milei en Argentina o la frontal disputa con el Estado brasileño bajo de Lula da Silva ilustran esta dinámica.
Como sea, parecen claras algunas máximas de la política exterior de Trump: en primer lugar, la intensificación de la presión contra China, tanto en el campo estratégico-militar como en el comercial-arancelario; en segundo lugar, el republicano buscará subordinar a sus aliados europeos, atando en corto la autonomía de los grandes gobiernos del continente y exigiendo un mayor control de los activos estratégicos; en tercer lugar, se buscará reforzar el liderazgo norteamericano en América Latina como primer paso para una paulatina “expulsión” de los intereses chinos en la región.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Bienvenido a nuestra pagina informativa y gracias por su participacion .