
Excluyentes y excluidos: panorama general
En cuanto uno-a nacen pasan a formar parte de otro cuerpo que ya no es el de la madre: el cuerpo social. Y el cuerpo social tiene miembros como todos los cuerpos tienen, y hasta guardan cierta semejanza con los de cualquier humano. Tiene cabeza, aunque no es una sola, por más que más que alguna de ellas lo desee con todas sus fuerzas, incluida la de las armas, pues es el caso que todas desean lo mismo: controlar o excluir al resto según interese para conseguir el ansiado dominio.
Todas tienen componentes mentales, capacidad organizativa, respuesta a los estímulos, facultad de discernir entre lo favorable y lo desfavorable para su propia existencia, y otras cualidades compartidas con las cabezas humanas. ¿De quiénes estamos hablando?
Hablamos de grandes empresarios, de dueños de grandes fondos de inversión, de grandes bancos y grandes medios de comunicación que tienden a excluir a los otros en cada sector en pugna con otros semejantes a ellos en todo pero no iguales, y en esa desigualdad estriba la posibilidad de competir en busca de una sola cabeza en cada uno de esos ramos, y a la postre capaz de dominar a todos ellos egoístamente por un poder único: pongamos el de un emperador o un dictador como antes lo fueron también los monarcas absolutistas, que si bien velan ante todo por su propio bienestar, fingen querer garantizar el bienestar del resto del cuerpo social a la vez que sirven de árbitros entre quienes pugnan por el control de todos los excluyentes siempre en conflicto.
Empresarios que explotan, empobrecen y admiten o despiden sin cortapisas, legisladores que emiten leyes para hacerlo posible, jueces y tribunales que las aplican y medios de comunicación que las justifican constituyen un pack de referencia para entender el término clase excluyente.
Excluyente, porque las luchas internas para dominar a los de la competencia del mismo ramo- y eso les distancia- la simultanean con los acuerdos entre ellos por fijar los límites de salarios y otras cuestiones que les permitan beneficiarse del trabajo ajeno del resto del cuerpo social: los excluidos de poder económico, de poder político, de poder mediático, y por supuesto de poder judicial o policial. Es cierto que con el disfraz democrático hay un intento de la clase excluyente por hacer creer a la clase excluida que goza de la posibilidad de mejorar continuamente su bienestar.
Nada de eso ocurre en esta época, sino muy al contrario: la clase excluyente aumenta progresivamente sus exigencias, y como resultado van apareciendo regímenes fascistas.
Cada vez que la clase excluyente sufre un crak productivo, aparece ese fantasma. Pasó en 1929 y está pasando ahora aunque sea con otra apariencia. Y es el caso terrible que los fascismos siempre llevan a guerras. ¿Será este el destino de Europa? ¿sucederá lo mismo en todo el Planeta?
En todo caso, una cosa es segura: quienes tienen que morir son los excluidos. Y cuando hayan muerto los suficientes para garantizar a la cabeza social un acrecentado bienestar y seguridad, los altavoces en todas las trincheras ordenarán volver a casa a los supervivientes para hacerse cargo de las miserias que les corresponden en la postguerra.
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